José de la Paz Pérez /
El mensaje que publicó Germán Martínez Cázares en la red X —“No vengan a México de turistas, estamos en un país en llamas, este gobierno llamado #Morena está con el narcotráfico, si vienes regresarás a tu país descuartizado”— no fue una denuncia política... mucho menos una advertencia sensata.
Fue un acto de desprecio hacia su propia patria, una frase que resume con claridad la miseria moral a la que algunos actores de la oposición han llegado para golpear al gobierno en turno, aunque en el intento también hieran la imagen del país entero.
No es exagerado decirlo: hay líneas que no se cruzan, y una de ellas es difamar al propio país ante el mundo.
México tiene problemas, sí; violencia, desigualdad, impunidad… pero también tiene millones de trabajadores, empresarios, campesinos, artistas y servidores públicos que todos los días lo mantienen de pie.
Desacreditarlo con un mensaje incendiario y simplón no sólo insulta al gobierno: insulta a toda una nación que lucha por salir adelante.
El discurso del miedo que Martínez quiso posicionar raya en el terrorismo verbal. “Si vienes, regresarás descuartizado”, escribió, como si el país entero fuera una fosa, como si los mexicanos viviéramos entre cadáveres.
¿Qué pretende un ex senador y ex funcionario federal con un mensaje así? ¿Advertir a la comunidad internacional o sembrar pánico para dañar políticamente a Morena y a la presidenta Claudia Sheinbaum?
Su intención es obvia: destruir la imagen de México para debilitar al gobierno. Pero en ese intento, termina haciendo lo que en cualquier otro país se llamaría por su nombre: una traición a la patria.
Porque la patria no es un partido. No es Morena, ni el PAN, ni ningún color. La patria es el territorio, la gente, la historia que compartimos.
Atacar a México desde una tribuna pública internacional no es ejercer la crítica: es dinamitar los cimientos del respeto nacional. Un político puede y debe señalar errores, denunciar corrupción o exigir justicia; pero jamás puede desear —ni difundir— que su país sea visto como un infierno sin salida.
Las reacciones no se hicieron esperar. En la propia red X, la mayoría de los usuarios lo confrontaron, lo insultaron, lo acusaron de vendepatria. Algunos recordaron que fue parte del poder, que perteneció a gobiernos que dejaron un país más violento. Otros lo llamaron hipócrita por culpar al narcotráfico cuando fue cómplice de los silencios que lo fortalecieron.
Y aunque los ataques en redes no son el mejor ejemplo de debate democrático, en este caso expresan algo más profundo: una indignación nacional ante quien intenta lucrar con la desgracia.
El tuit de Germán Martínez es un error político y una declaración de derrota moral.
Refleja la desesperación de una oposición que, sin proyecto, busca el caos como estrategia. No se construye credibilidad con insultos a la patria ni se gana confianza vendiendo miedo. La crítica que nace del rencor se convierte en veneno que auto destruye.
México no necesita voceros del apocalipsis, sino mexicanos con dignidad, críticos pero comprometidos, capaces de señalar los errores sin renunciar al amor por su país.
Y si algo deja claro este episodio, es que no todos los políticos entienden la diferencia entre oponerse a un gobierno y traicionar a una nación.