La Bella y el Bellaco


*Cualquier parecido con la realidad política es mera coincidencia

José de la Paz Pérez


Capítulo 1: El Fuego Cruzado

—¡Es que no puede ser más necio! —tronó la senadora Catalina Ramos de la Garza, una mujer norteña de porte imponente, con su peinado de salón, su blazer entallado, y una mirada que podía congelar al más valiente de los hombres.

Al otro lado de la mesa de debates, el senador Julio César Morales, un tipo desgarbado con barba de una semana y camisa arrugada, apenas levantó la vista de su café. Él no necesitaba maquillaje ni peinados elaborados. Su esencia era la lucha de clases y su atuendo parecía un recordatorio constante de que las apariencias eran solo otro instrumento de opresión.

—Lo que no puede ser más necio es seguir defendiendo a los empresarios corruptos que tú misma representas, María del Carmen Catalina —respondió con un tono desganado, pero con esa sonrisa pícara que siempre la hacía enojar.

—¡Diga mi nombre correctamente Bellaco!

—Tranquila, María del Carmen Catalina…

—¡Diga mi nombre correctamente Bellaco!

Catalina soltó un bufido de exasperación y se alejó. “Qué corriente y qué inculto es, ¿qué sabrá este marxista trasnochado de responsabilidad política? El pueblo no necesita ideologías, sino orden”, pensaba mientras sus tacones repiqueteaban en la sala.

La tensión entre ambos no era nueva. En cada sesión del Senado, el enfrentamiento entre Catalina y Julio César era inevitable, tanto que ya se había convertido en un espectáculo esperado. Los periodistas disfrutaban relatando los enfrentamientos con adjetivos grandilocuentes: "La Bella Conservadora" contra "El Bellaco Changoleón". Sin embargo, pocos sabían que detrás de esa fachada de desprecio mutuo, algo más profundo comenzaba a gestarse.


Capítulo 2: La Fiesta Inesperada

Catalina no pudo evitar la invitación a la fiesta del embajador. Era uno de esos eventos que definían la vida política de la élite. Aparecer era casi obligatorio, y faltaba poco para que el país se sumergiera en una vorágine de reformas estructurales… la del Poder Judicial era sólo el principio.

No esperaba encontrarse con Julio César en una de esas fiestas, y mucho menos en la sección VIP, donde claramente no pertenecía, al menos según ella.

—¿Qué haces tú aquí cara de Chango? —preguntó Catalina, alzando una ceja con desdén mientras lo encontraba con una copa de vino barato en la mano.

—Vine a observar cómo vive la otra mitad —respondió él, encogiéndose de hombros—. A veces es necesario ver la decadencia de cerca para comprenderla mejor.

Catalina rodó los ojos, pero no pudo evitar notar que había algo diferente en él aquella noche. Quizá era el contraste entre su aire desaliñado y la pomposidad del evento, o tal vez era el vino hablando, pero por primera vez no lo vio como un enemigo, sino como un... humano. Un humano algo interesante.

—¿Te diviertes criticando a la gente mientras disfrutas de sus comodidades? —le lanzó en tono de broma.

Julio César sonrió, y su mirada, por una vez, no era desafiante, sino casi... cómplice.

—Es lo que mejor hago, ¿no crees? Aunque debo admitir que no eres tan aburrida como creía, María del Carmen Catalina...

Ella se ruborizó un poco, pero rápidamente se recompuso, y le pidió, ahora con voz susurrante:

—Diga mi nombre correctamente Bellaco…

—No te escuché, ¿me puedes repetir eso?

— Por favor, Morales… Diga mi nombre correctamente, Bellaco…

Él se sonrojó ante el cambio de tono, del ríspido y ofensivo, al suave… terso…

—Por favor, Morales. Tampoco te emociones –reaccionó ella, altiva.

Pero él solo rió. Y esa risa desarmó por completo la barrera que ella siempre mantenía con él.


Capítulo 3: Entre el Odio y el Amor

En los días siguientes, ambos notaron que sus discusiones en el Senado eran distintas. Seguían lanzándose pullas, pero había algo más. Un cierto coqueteo implícito, una tensión que ninguno de los dos quería reconocer, pero que todos a su alrededor empezaban a notar.

Hasta que un día, después de un acalorado debate sobre reformas estructurales, Julio César la siguió al pasillo.

—Catalina, tenemos que hablar.

Ella lo miró de reojo, intentando mantenerse firme.

—¿Sobre qué? ¿Vas a darme otro discurso sobre los conservadores y neoliberales enemigos del pueblo?

—No. Sobre esto.

Antes de que pudiera decir algo más, él la besó. Fue rápido, casi brusco, pero lleno de esa pasión que habían contenido durante tanto tiempo. Catalina, sorprendida, no supo cómo reaccionar al principio, pero pronto se dio cuenta de que lo que sentía era una mezcla de furia y deseo. Lo empujó con fuerza, pero no pudo evitar la sonrisa que se formaba en sus labios.

—Eres un idiota, un… Bellaco.

—Y tú una conservadora de manual, pero... —hizo una pausa, tomándola de las manos—. No puedo evitarlo. Eres la única persona con la que puedo pelear sin querer matarla.


Capítulo 4: El Escándalo Público

El país entero se quedó boquiabierto cuando se reveló que la senadora más conservadora y el senador más radical estaban enamorados. Los memes no tardaron en inundar las redes sociales. Los titulares decían cosas como: “Del odio al amor: el romance insólito entre La Bella y El Bellaco” o “¿Quién dijo que la política no era romántica?”

Sus compañeros de partido estaban divididos entre la incredulidad y el rechazo. ¿Cómo era posible que una defensora de la familia tradicional pudiera estar con un hombre que se proclamaba a favor del aborto?

Pero Catalina y Julio César no se dejaron amedrentar. Sabían que lo suyo era auténtico, una prueba de que hasta en el mundo más polarizado, el amor podía surgir entre dos opuestos.


Capítulo 5: Hasta que la Política nos Separe

El día de su boda fue una mezcla de lo más bizarro. Los invitados incluían desde empresarios poderosos hasta activistas y luchadores sociales. Catalina, con su vestido de encaje blanco, caminaba hacia el altar con la misma determinación con la que encaraba un debate. Julio César, en su traje que claramente había alquilado a última hora, la miraba como si no pudiera creer lo que estaba sucediendo.

—¿Quién lo hubiera dicho? —le susurró ella mientras se tomaban de las manos frente al sacerdote.

—Que el amor es más fuerte que la política —respondió él, guiñándole el ojo.

Y así, en medio de una ceremonia que simbolizaba la unión de dos mundos aparentemente irreconciliables, Catalina y Julio César demostraron que el amor, al final, puede conquistar cualquier diferencia... incluso la ideológica.

Moraleja: Del odio al amor, solo hay un paso... y, a veces, ese paso incluye muchos debates, insultos y una que otra traición política.

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