José de la Paz Pérez /
*La auto promoción de Ricardo Salinas Pliego como “candidato opositor” se convierte en un distractor frente a sus conflictos fiscales y en una apuesta con escasas posibilidades en un país donde Morena domina el panorama político
En un país donde las redes sociales amplifican cualquier gesto político y los millonarios suelen convertirse en símbolos de aspiración o de indignación, el nombre de Ricardo Salinas Pliego ocupa una parte importante del debate público. No por sus empresas, no por sus inversiones o su papel en la economía mexicana, sino por una nueva incursión que lo presenta —o pretende presentarlo— como futuro candidato presidencial de la oposición.
Detrás de esa estrategia se esconde otra más profunda, o más cínica, según quién la lea: una cortina de humo que busca desviar la atención de sus múltiples problemas legales y fiscales, mientras se construye un discurso político de víctima perseguida por el Estado.
El empresario que reta al Estado
Ricardo Salinas Pliego, dueño de Grupo Salinas —un conglomerado que abarca TV Azteca, Elektra, Banco Azteca, Totalplay y otras compañías— enfrenta litigios fiscales por miles de millones de pesos. De acuerdo con resoluciones judiciales recientes, la empresa Elektra debe pagar al fisco más de 2 mil millones de pesos, y el conjunto de créditos fiscales que el SAT reclama asciende a unos 70 mil millones.
El propio empresario ha admitido públicamente la disputa, pero insiste en que “pagará lo justo”, argumentando que las cifras han sido “infladas” o “mal calculadas”.
En redes sociales, donde mantiene una presencia constante, ha intentado convertir su batalla fiscal en un símbolo de resistencia contra un Estado “abusivo” y “recaudador”, apelando a un sector del público que ve con simpatía la rebeldía frente al gobierno.
Sin embargo, su discurso de ciudadano perseguido contrasta con la realidad de un empresario con privilegios legales y financieros que pocos mexicanos pueden siquiera imaginar.
Del magnate al “candidato”
En los últimos meses, perfiles, portales y cuentas en redes sociales han comenzado a promover la idea de que Salinas Pliego podría ser el abanderado opositor rumbo a 2030. En algunos casos, se le presenta como “la alternativa empresarial”, o incluso como “el Trump mexicano”.
El fenómeno tiene dos lecturas posibles.
Por un lado, es una estrategia mediática bien orquestada, impulsada desde su propio ecosistema digital, donde abundan cuentas automatizadas o perfiles con actividad sospechosa, que buscan inflar artificialmente su apoyo y generar tendencia.
Por otro, funciona como una válvula de distracción: mientras la opinión pública debate si Salinas podría ser candidato, el foco se aleja —aunque sea temporalmente— de sus litigios con el SAT y de los procesos en curso en México y Estados Unidos.
En política, desviar la conversación puede ser tan eficaz como ganarla.
La incongruencia de los seguidores
Resulta paradójico —y moralmente contradictorio— que un sector de la ciudadanía promueva a un empresario acusado de evadir impuestos como posible jefe del Estado mexicano, cuya principal obligación constitucional es justamente recaudar, distribuir y administrar los recursos públicos.
En el fondo, la exaltación de figuras como Salinas Pliego revela una crisis de valores cívicos: se aplaude al que desafía la ley fiscal, pero se exige al gobierno que mejore los servicios públicos; se celebra la “rebeldía” frente al SAT, pero se condena el gasto social.
Muchos de esos seguidores, además, no son del todo reales. Especialistas en análisis digital han detectado que parte del impulso proviene de redes de bots y cuentas automatizadas, diseñadas para amplificar mensajes, crear tendencia y fabricar la ilusión de popularidad.
En la era del algoritmo, la popularidad puede ser tan ficticia como el entusiasmo.
Las posibilidades reales
Más allá del ruido, las probabilidades de que Ricardo Salinas Pliego logre convertirse en candidato viable —y menos aún en presidente— son reducidas.
La primera razón es legal y reputacional: mientras los litigios fiscales no se resuelvan, su candidatura enfrentaría una lluvia de impugnaciones y cuestionamientos éticos. Un fallo adverso de la Suprema Corte o del Tribunal Federal de Justicia Administrativa podría minar completamente su credibilidad.
La segunda es política: Morena, el partido en el poder, mantiene una estructura territorial sólida, con programas sociales, cuadros jóvenes y presencia en prácticamente todo el país. Su maquinaria electoral, sumada al liderazgo de la presidenta Claudia Sheinbaum, deja poco margen a figuras aisladas o candidaturas independientes.
La tercera es estratégica: la oposición mexicana sigue fragmentada. Los partidos tradicionales —PAN, PRI y PRD— carecen de cohesión, de liderazgo y de propuestas unificadas. Difícilmente apostarían por un externo con antecedentes fiscales polémicos y cuya figura podría dividir aún más al electorado.
En el mejor de los escenarios, Salinas podría aprovechar el discurso del “empresario rebelde” para posicionarse mediáticamente, pero su margen real para competir por la Presidencia es mínimo.
Un fenómeno más mediático que político
En realidad, la figura de Salinas Pliego parece moverse mejor en el terreno del espectáculo político que en el de la política real.
Cada tuit incendiario, cada frase desafiante, cada publicación contra el gobierno alimenta su marca personal, refuerza su narrativa de “independiente” y le permite conservar influencia desde su red de medios y plataformas digitales.
Pero gobernar exige más que provocar.
Requiere estructura, alianzas, legitimidad y cumplimiento de la ley.
Mientras tanto, su nombre seguirá circulando como símbolo de un México donde los ricos pueden jugar a ser candidatos, donde las redes deciden quién “podría” ser presidente, y donde el escándalo sustituye al proyecto.
El poder detrás del ruido
Promover a Ricardo Salinas Pliego como “el candidato de la oposición” no parece una apuesta política seria, sino una estrategia de distracción, un intento por cambiar el foco del debate público y colocar al empresario en el centro de una estrategia que lo beneficia: la del perseguido por un Estado al que él mismo desafía.
Su supuesta candidatura funciona como un espejo: refleja la polarización del país, la fragilidad de la oposición y la fascinación de un sector minoritario por las figuras poderosas que juegan al límite de la ley.
Pero más allá del espectáculo, México enfrenta el reto de distinguir entre liderazgo y autopromoción, entre el compromiso con la justicia y la impunidad con poder económico.
Y en ese terreno, la figura de Ricardo Salinas Pliego parece más un síntoma que una solución.