Por qué la oposición no logra el respaldo del pueblo


José de la Paz Pérez

*La diferencia es entre luchar por los demás y luchar por intereses creados  *Cuando López Obrador fue oposición, su causa encarnó las esperanzas del pueblo  *Hoy, con Claudia Sheinbaum al frente del gobierno, el proyecto sigue centrado en los más pobres  *En contraste, la oposición actual, sin ideales sociales, no representa más que a una minoría que ha perdido privilegios

En la historia reciente de México, pocas figuras han logrado conectar con el pueblo como lo hizo Andrés Manuel López Obrador cuando fue oposición. 

Su lucha no se basó en caprichos personales ni en ambiciones de grupo, sino en una causa profundamente social: transformar un país marcado por la desigualdad, la corrupción y el abandono de las mayorías. 

Durante años, AMLO recorrió los rincones más olvidados del país, escuchando y dando voz a quienes no la tenían. Su movimiento no fue un proyecto de élite, sino una corriente de esperanza popular.

Hoy, con Claudia Sheinbaum al frente del gobierno, esa continuidad se mantiene. 

El eje sigue siendo el pueblo: las políticas públicas se orientan a reducir la pobreza, a fortalecer los programas sociales y a devolverle dignidad a quienes durante décadas fueron invisibles para el poder. 

No es casualidad que, pese a los ataques mediáticos y la desinformación, la aprobación ciudadana al proyecto de transformación se mantenga firme.

La oposición, en cambio, no ha entendido la lección. 

Sus dirigentes —los del PRI, PAN y sus satélites— actúan como si el país no hubiera cambiado. Siguen pensando que basta con gritar, con insultar, con oponerse por sistema, para recuperar el poder. 

Pero la sociedad mexicana ya no se deja engañar. Los discursos huecos, los llamados “frentes amplios” y las campañas de miedo no sustituyen las causas ni la empatía.

Cuando López Obrador fue oposición, luchaba por los anhelos del pueblo: justicia social, igualdad, soberanía, dignidad. 

Hoy que el PAN y el PRI son oposición, luchan por sus privilegios perdidos: los contratos, los negocios, los favores del poder. 

Por eso la gente no los respalda. Por eso sus manifestaciones se ven vacías y sus mensajes suenan falsos. No es una cuestión de estrategia electoral, sino de principios.

La derecha mexicana, como la ha descrito el propio López Obrador, defiende a una minoría rapaz: empresarios que añoran los tiempos en que podían comprar conciencias y gobiernos; políticos que no saben lo que es caminar un pueblo sin cámaras; opinadores que jamás han mirado a los ojos a una madre que vive con un salario mínimo. 

En ese abismo moral radica la diferencia entre una oposición que representaba al pueblo y otra que representa sólo a sí misma.

Mientras la oposición siga sin ofrecer una visión de país que incluya a las mayorías, el pueblo no la respaldará. 

No se trata de un asunto de colores, sino de causas. Y hoy, las causas del pueblo siguen estando del lado de quien gobierna pensando en ellos, no de quienes todavía creen que México es un botín para repartirse entre pocos.

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