José de la Paz Pérez /
La noche del 15 de septiembre de 2025 quedará grabada en la memoria de México como un antes y un después.
Por primera vez en más de dos siglos de vida independiente, no fue un presidente, sino una presidenta, quien salió al balcón principal de Palacio Nacional para dar el Grito de Independencia.
Claudia Sheinbaum Pardo, la primera mujer en llegar a la Presidencia, ondeó la bandera y pronunció las palabras que miles de voces repitieron en la plancha del Zócalo de Ciudad de México y millones más en todo el país.
Aquel instante fue histórico por la solemnidad del acto, y porque representó la ruptura definitiva de una barrera simbólica: el poder político más alto de México, durante generaciones patrimonio exclusivo de los hombres, fue ejercido por una mujer que lo asumió con la dignidad y el peso de la historia sobre sus hombros.
Políticamente, la primera vez de Sheinbaum significó mucho más que una ceremonia. Fue la demostración de que las luchas de décadas por la igualdad de género habían dado -por fin- frutos tangibles.
La imagen de la presidenta ondeando el lábaro patrio mostró al mundo que México se había atrevido a dar un paso que parecía lejano, casi imposible, en un país caracterizado por el machismo histórico.
Socialmente, el eco fue todavía más profundo.
Niñas, jóvenes y mujeres adultas se vieron reflejadas en la figura presidencial. Muchas, quizá por primera vez, imaginaron que sus aspiraciones podían llegar hasta lo más alto, sin un techo de cristal que las limitara.
El Grito de Sheinbaum recordó a los héroes de la Independencia y convocó a nuevas generaciones de heroínas cotidianas que ahora podían sentirse parte de la historia nacional.
De hecho, la historia ya registró esta noche como un parteaguas.
Las campanas de Palacio Nacional recordaron el inicio de la libertad, y marcaron el inicio de un tiempo en el que la mujer mexicana ya ocupa el lugar más alto del poder político.
Porque Claudia Sheinbaum no sólo dio el Grito: dio voz a la esperanza de millones que, en su gesto, vieron un futuro distinto, más justo y más incluyente.
Y por esto, esa primera vez será recordada -por hombres y mujeres-como uno de los momentos más trascendentes de la vida republicana de aquel México otrora machista, y el de hoy, promotor de la igualdad y la equidad.