José dela Paz Pérez /
El discurso de la presidenta Claudia Sheinbaum durante la ceremonia por el 115 aniversario de la Revolución Mexicana no fue el mensaje protocolario de una jefa de Estado en un acto cívico-militar.
Fue, con todas sus letras, una definición política de alto alcance, una reafirmación del proyecto de la Cuarta Transformación y, al mismo tiempo, un aviso claro —sin nombres, pero con destinatarios evidentes— para adversarios internos y presiones externas.
Lo que Sheinbaum dijo frente a las Fuerzas Armadas, el gabinete y los poderes públicos no fue improvisado: fue un mapa político del país en este momento, y una advertencia de que la transformación tiene memoria y no está dispuesta a retroceder.
Sheinbaum situó su proyecto en la línea de las gestas que definieron el rumbo del país: Independencia, Reforma y Revolución. Pero la diferencia —insistió— es fundamental: la Cuarta Transformación “es pacífica y decidida por el pueblo”.
Ese contraste no es casual. Sirve para convertir a la 4T en un mandato histórico, no en un experimento sexenal, y para enviar un mensaje: el retroceso no es opción.
De ahí la frase central, la más política: “¡México no volverá a caminar hacia atrás!” Quiso que quedara claro.
Un tono firme: advertencias con destinatario
La sección más potente del discurso fue la serie de advertencias que inició con la frase “El que... se equivoca”. En política, nada es casual, y mucho menos una repetición estructurada de esta naturaleza.
Sheinbaum habló de quienes convocan a la violencia, de quienes promueven el odio, de quienes invocan intervenciones extranjeras, de quienes creen que las mujeres son débiles, o de quienes apuestan a que el pueblo es manipulable.
No los nombró. No necesitó hacerlo.
Este recurso retórico cumple tres funciones:
*Establecer límites: hasta dónde está dispuesta a permitir la confrontación.
*Desactivar narrativas: la violencia, el miedo y la injerencia no serán capital político válido.
*Mostrar autoridad: sin estridencias, pero con claridad, la presidenta marcó el terreno.
El mensaje sobre la intervención extranjera fue uno de los más sensibles. Sheinbaum respondió a discursos estadounidenses recientes —particularmente los que sugieren acciones militares en México—, y también dirigió un mensaje a los actores internos que coquetean con esa posibilidad.
Es la reafirmación de una idea que ha recorrido todo su gobierno: la soberanía no se negocia, se defiende.
Un liderazgo que empieza a definirse a sí mismo
Aunque la presidenta reafirmó principios emblemáticos de la 4T —austeridad, justicia social, primacía del pueblo—, también introdujo matices propios que vale la pena subrayar.
Cuando dijo que las libertades “se ejercen desde abajo”, marcó una distancia con el tradicional discurso vertical de la política mexicana. Es una forma de decir que su liderazgo no será de imposición, sino de participación comunitaria, de construcción colectiva.
Ese matiz, sutil pero claro, es quizá uno de los elementos más reveladores del mensaje.
La presidenta dedicó una parte del discurso a criticar a “algunos medios”, “comentócratas” y actores que —según dijo— han hecho de la calumnia su modo de influir.
Se trata de un capítulo previsible dentro de la narrativa de la 4T, pero no por ello menos significativo: Sheinbaum no romperá con la lógica de confrontación simbólica con el poder mediático, aunque, a diferencia de su antecesor, lo hará sin estridencia diaria.
El mensaje central es que la disputa por el relato sigue en curso y ella no piensa dejarla en manos de nadie más.
Al subrayar que las Fuerzas Armadas son “una herencia de la Revolución” y surgieron en defensa del pueblo, Sheinbaum reforzó su vínculo institucional con ellas. Es un guiño de continuidad y de estabilidad.
Y también es un recordatorio de que, en tiempos turbulentos, el respaldo castrense es un pilar político que ningún gobierno subestima.
Marcar la cancha
En suma, el mensaje del 20 de noviembre fue algo más que una tradición republicana. Fue un discurso para fijar posición, para mostrar músculo político sin estridencia, para advertir que hay principios no negociables y que el proyecto de transformación se concibe como un proceso histórico en marcha.
Sheinbaum eligió un tono firme, no incendiario; una narrativa de cohesión, no de complacencia; y un mensaje claro: la transformación tiene memoria, tiene rumbo y tiene límites.
En política, pocos discursos son verdaderamente fundacionales. Este se acerca bastante.
