José de la Paz Pérez
El estado de Guerrero se enfrenta nuevamente a la furia
implacable de la naturaleza. John, un nombre que ya resuena con miedo en los
corazones de miles de guerrerenses, ha oscilado entre ser una depresión
tropical y alcanzar la temida categoría de huracán 3.
Hoy, mientras la tormenta se reorganiza y amenaza con
golpear las costas nuevamente, hay temor en la mirada de cientos de familias.
En sus ojos se reflejan recuerdos de tragedias pasadas y el presente incierto
que traen las imágenes de ríos desbordados, derrumbes y casas inundadas que circulan
por las redes sociales.
La angustia de los guerrerenses no surge sólo por el
inminente peligro que representa John. No. Se debe también a los fantasmas de
tormentas pasadas que aún se sienten en el aire.
Guerrero no ha olvidado, y ¿cómo podría?
Cada gota de lluvia que cae sobre esta tierra evoca memorias
de desastres que dejaron cicatrices profundas en sus comunidades, en sus calles
y, sobre todo, en su gente. Hace 11 años, el 14 de septiembre de 2013, la
tormenta tropical Manuel y el huracán Ingrid irrumpieron en la vida de los
habitantes, trayendo lluvias torrenciales que, combinadas, sembraron caos en
Guerrero, Oaxaca y Chiapas.
Carreteras destrozadas, comunidades aisladas, y pérdidas
materiales incalculables marcaron esos días de horror. Las cicatrices de ese
evento todavía son visibles en algunos rincones del estado.
Y como si fuera un eco lejano, otro nombre regresa a la
memoria: Pauline o Paulina, como muchos la llamaron.
El 8 de octubre de 1997, Pauline se abatió sobre las costas
del sur de México, ganándose un lugar oscuro en la historia de los ciclones más
destructivos que vio el país en la segunda mitad del siglo XX.
No era sólo un huracán más, era una bestia que destrozó
hogares, que arrancó vidas, que dejó luto y ruinas a su paso. Su fuerza era tal
que se convirtió en el tercer huracán más intenso de la temporada de ese año,
devastando comunidades enteras.
Para aquellos que vivieron Pauline, la sensación de
vulnerabilidad ante los caprichos del clima jamás desapareció.
¿Y cómo olvidar hace casi un año la irrupción del Huracán
Otis que en su categoría 5 y su fuerza destructora prácticamente desapareció a
Acapulco? Aún hay huellas, aún hay gente que no se repone de ese golpe
destructor a la economía y a sus emociones, y aún hay gente llorando por sus
muertos y desaparecidos.
Hoy, esas mismas personas, esas mismas familias, vuelven a
sentir el frío en la espalda. John, con sus rachas de viento, sus lluvias
extraordinarias, y su capacidad para transformar lo cotidiano en un paisaje de
destrucción, revive esos terrores de antaño.
Cada noticia, cada alerta, trae consigo no sólo el peligro
del presente, sino también el peso de una historia compartida de dolor.
Sin embargo, en medio de la tormenta, también surge la
esperanza. Los guerrerenses han aprendido, con el paso del tiempo y la
frecuencia de estos eventos, a resistir. La comunidad se organiza, los refugios
se activan, y la gente se ayuda mutuamente. El miedo está presente, sí, pero no
los paraliza. Lo enfrentan con la misma fortaleza con la que han afrontado los
desastres anteriores, con la confianza de que, pase lo que pase, Guerrero se
levantará nuevamente.
En medio del caos, la gobernadora de Guerrero, Evelyn
Salgado Pineda, y las autoridades han hecho constantes llamados urgente:
ponerse a salvo, resguardarse, y, sobre todo, no poner en riesgo la vida.
La Secretaría de Gestión Integral de Riesgos y Protección
Civil trabaja incansablemente, recordando a la población que su seguridad es lo
más importante.
Las calles llenas de agua, los techos volados por los vientos,
los árboles caídos, no detienen la voluntad de proteger y salvar a los guerrerenses,
como ocurrió en Acapulco, donde 11 personas atrapadas por inundaciones fueron
rescatadas por elementos de la SEDENA y Protección Civil.
En estos momentos de incertidumbre, es esencial recordar que
la naturaleza, aunque poderosa, no tiene la última palabra. La fuerza del
pueblo de Guerrero reside en su unidad, en su solidaridad, y en su capacidad de
levantarse una y otra vez, a pesar de las adversidades.
Otis, John, Pauline, Manuel, Ingrid... los nombres cambian,
pero la resiliencia guerrerense permanece.