José de la Paz Pérez /
La oposición en México, integrada principalmente por el PRI y el PAN, atraviesa una crisis de identidad política.
A casi siete años del arranque de la llamada Cuarta Transformación, primero con Andrés Manuel López Obrador y ahora con Claudia Sheinbaum, los partidos opositores no han logrado articular un proyecto de nación que seduzca al electorado ni que plantee soluciones viables a los retos del país.
Desde 2018, la estrategia opositora ha seguido un patrón que se repite: descalificar al gobierno en turno, atacar a sus representantes mediante campañas en redes sociales y amplificar mensajes críticos con apoyo de comunicadores inconformes con el lopezobradorismo.
El uso de bots pagados, cuentas falsas y campañas de desprestigio digital se ha convertido en una práctica cotidiana que, lejos de posicionar alternativas reales, evidencia la ausencia de propuestas.
Durante el sexenio de López Obrador, los ataques opositores se centraron en acusaciones de autoritarismo, deterioro económico y supuestos retrocesos en materia de seguridad.
Hoy, bajo la administración de Sheinbaum, el libreto es el mismo: repetir críticas, magnificar errores y convertir la política en una arena de confrontación, sin pasar a la construcción de un plan alternativo para la nación.
Analistas advierten que esta falta de rumbo responde a un desgaste estructural de las viejas fuerzas políticas, incapaces de renovar cuadros y discursos.
Mientras Morena capitaliza sus programas sociales, proyectos de infraestructura y cercanía con las bases populares, PRI y PAN parecen anclados en un pasado que los aleja de la ciudadanía.
En lugar de articular un proyecto de futuro, la oposición concentra su esfuerzo en desgastar a la 4T, confiando en que la erosión de la imagen presidencial baste para recuperar terreno electoral.
Sin embargo, hasta ahora, esa estrategia ha mostrado ser insuficiente, pues el electorado mexicano sigue demandando propuestas tangibles, no sólo críticas.
El desafío para la oposición es claro: si no logran construir un proyecto de nación que dialogue con las necesidades reales del pueblo, seguirán condenados a desempeñar un papel secundario en la política mexicana, reducidos a espectadores de una transformación que, con luces y sombras, continúa marcando el rumbo del país.